“Diamantes en bruto” (Uncut Gems, 2019) de Josh y Benny Safdie es una película excepcionalmente estresante y no lo digo en sentido peyorativo. Las anteriores películas de los hermanos Safdie, incluyen temas como la odisea diaria de una pareja de drogadictos en Heaven Knows What y en Good Time, que es una nueva espiral hacia el abismo, protagonizada por Robert Pattinson, que exuda pánico, ansiedad y discordia. Todas ellas están editadas con la enajenación nerviosa de un corazón taquicárdico.
Pero incluso para los estándares habituales de los hermanos Safdie, Diamantes en bruto es un brutal embestida a la calma y el silencio, como estar encerrado en una pequeña habitación abarrotada por una multitud, que discuten a gritos entre sí y además algunas de las cuales se arrojan ruidosos petardos a la cabeza, que provocan una tensión muscular parecida al levantamiento de pesas.
A través del caos arbitrario y premeditadamente articulado, se encuentra un Adam Sandler, que ofrece una interpretación corrosiva y la mejor de su carrera, como el propietario de una elitista joyería de Nueva York adicto al juego y a la adrenalina, llamado Howard Ratner. Es el tipo de hombre que ve en cada situación una competencia para ganar, que vive haciendo malabarismos entre sus acreedores de juego, apuestas deportivas locamente complicadas, su amante y sexi empleada (Julia Fox), su esposa (Idina Menzel, exudando desdén), sus hijos y las más estrictas tradiciones judías, que le obligan a compartir cenas familiares.
La vida para Howard es una permanente serie de apuestas de alto riesgo.
Para introducirnos en el carácter amoral del protagonista, la película comienza con la imagen de minas de dónde se extraen los diamantes en bruto, una piedra que aún no ha sido cortada ni procesada, la mayor parte de ellas están en Etiopía, Sierra Leona, Angola y el Congo. Es en estos lugares es donde existe el concepto de «diamantes conflictivos» o «diamantes de sangre»; ya que se extraen en minas en pobres y peligrosas condiciones para sus empleados. Estos diamantes se venden en el mercado negro a un supuesto menor valor y nuestro protagonista trafica con ellos.
La siguiente imagen, nos muestra el interior del intestino grueso de Howard Ratner, a modo de una mina ilegal, que está siendo sometido a una colonoscopia rutinaria. A partir de ese momento, Sandler impulsa a su personaje, a un ritmo vertiginoso, de un disparate a otro, durante las dos horas de película, como un idiota completo, por el que llegas a sentir cierta simpatía.
Howard Ratner, recibe en su tienda de diamantes, que es un emporio fuertemente fortificado, claustrofóbico y sin aire, protegido por un sistema de puertas de vidrio templado interno y externo, que se abren con un timbre que crispa los nervios. El negocio de Howard está funcionando razonablemente bien, gracias a un intermediario llamado Demany, gran trabajo de Lakeith Stanfield, que trae a individuos de alto patrimonio del mundo de la música y el deporte a la tienda de Howard a cambio de una comisión.
El diamante en bruto que recibe ilegalmente nuestro joyero judío, es piedra con numerosas gemas incrustadas, una rareza que fascina al cliente más famoso de Howard: la megaestrella de la NBA Kevin Garnett (que se interpreta a sí mismo) que está caprichosamente convencido de dicha roca es anti-kryptonita que le traerá suerte y le garantizará la victoria en la cancha de baloncesto. Pero Ratner es un adicto al juego obsesionado por el baloncesto, de tóxico optimismo y delirante alegría, se niega a asustarse por amenazas que desquiciaría a cualquiera de los mortales y vuelve a tomar una mala decisión.
Puede que no sea un estilo de vida que la mayoría de la gente reconocerá, pero la dinámica, los deseos y las ansiedades que exhibe la película, son universales y verídicas. Las consecuencias de las decisiones que toma Sandler nos muestra que, tal vez, haya echando la vista atrás para reflexionar sobre los errores de sus caminos, pero el hecho de que siga saliendo adelante le da la confianza para continuar al límite, sin lecciones aprendidas.
La película cuenta con un guión de los propios hermanos Safdie trabajando con su antiguo guionista y colaborador Ronald Bronstein, que además ha realizado la notable edición del film y Martin Scorsese está detrás de la producción ejecutiva. La fotografía, con tomas espectaculares de la ciudad de Nueva York, corre a cargo de Darius Khondji y el uso del sonido juega un papel fundamental en aumentar el stress del espectador: el diálogo casi siempre se realiza a gritos y la partitura electrónica tiene una calidad enardecedora e inquietante.
Ha sido una de las películas ignoradas por los Oscar, tal vez por ser de Netflix, a pesar de haber ganado el National Board of Review (NBR): Mejor actor y guión. Además el pasado sábado, en la entrega de los Spirit Awards (que premian al cine Independiente), los hermanos Safdie se llevaron el máximo galardón a Mejor Dirección y Adam Sandler el de Mejor Actor, que lo celebró en su discurso burlándose de los Oscar.