Uno de los directores más rebeldes y malditos de Hollywood de los años setenta fue Sam Peckinpah, el inventor del cine de acción, con violencia explícita a cámara lenta, abundante sangre roja y una edición de la películas muy innovadora.
Sam Peckinpah nació el 21 de Febrero de 1925 en Fresno (California), hijo de un abogado perteneciente a una familia acomodada. Educado en la libertad rural, su infancia fue el verdadero paraíso perdido al que intentó volver durante toda su vida.
Después de participar en II Guerra mundial como marine, rechaza convertirse en abogado como su padre y empieza a trabajar en el cine a la vieja usanza, desde abajo. Realizó diversos trabajos para la industria cinematográfica e incluso apareció en algún papel como actor, como en La invasión de los ladrones de cuerpos de 1952 y dirigida por Don Siegel. Poco después llega a la televisión y gracias a la voracidad de éste medio por las historias basadas en el western, realiza algunas series muy aclamadas como El hombre del rifle, Zane Grey o The Westerner.
Peckinpah se estrenó como director en el cine con una película poco prometedora en 1961 Compañeros mortales protagonizada por Maureen O´Hara y Brian Keith con un estilo muy televisivo, pero fue al año siguiente donde consiguió rodar su primer gran western Duelo en la Alta Sierra contó con dos protagonistas ya amortizados por la industria del cine, Randolph Scott y Joel McCrea donde ya se anticipa lo que sería todo su cine posterior: la amistad masculina, la lealtad, la traición, la redención y un fatalismo final de destrucción y muerte. Hasta ese momento, nadie en el cine había contado una epopeya sobre el fracaso con tanto lirismo como él.
Durante el rodaje de Mayor Dundee de 1965, el espíritu anárquico de Peckinpah le llevó a enfrentarse a los estudios y productores de Hollywood, convirtiéndose en un director maldito, poco fiable y problemático. Eran los tiempos de un Hollywood desconocido hoy, donde los productores, las grandes y caprichosas estrellas de la pantalla o incluso patrocinadores imponían unos montajes de las películas imposibles, que las convertían en auténticos monstruos irreconocibles por el propio director, cuya opinión contaba muy poco.
Sin embargo, cuatro años después en 1969 la Warner Bross, le encargó a Peckinpah la dirección de la que sería su gran obra maestra, que cambiaría el mundo del cine de acción y que supondría la invención de las películas con sangre y vísceras, con escenas de muerte rodadas a cámara lenta y con una innovadora técnica de montaje. Como escribiría Gonzalo Suárez, Grupo salvaje es mucho más que un violento western, que a Peckinpah le valió el apodo de «Bloody Sam» y que ha sido imitada hasta la saciedad.
«Grupo salvaje es algo más que un western violento. Es, ante todo, cine. Excediendo el género, que toma como papel pautado, nos remite a un ejercicio fílmico en el que la cámara no se limita a retratar una historia, sino que la interpreta emocionalmente. Su pulsión poemática desaforada, a través del montaje y de las actitudes actorales, nos trae reminiscencias épicas de canción de gesta. No importa demasiado quién persigue a quién, ni a dónde van ni de dónde vienen, la vivencia mítica es acontecer y cobrar intensidad en pantalla”
Mientras rodaba Grupo salvaje, estaba escribiendo la que consideró su obra preferida La balada de Cable Hogue de 1970, donde el personaje de Cable se ha descrito como el alter-ego de Peckinpah, interpretado por Jason Robards, que claramente imitaba al director. Tal y como se explica en el maravilloso documental El legado de un renegado de Hollywood de 2004 dirigido por Tom Thurman, Peckinpah no se dio cuenta de ello hasta casi el final del rodaje.
En 1971 con Perros de paja el director hizo una de sus pocas incursiones fuera de la frontera entre Estados Unidos y México y situando la historia en la época actual, en un bucólico y «tranquilo» pueblo inglés, siendo el primer thriller psicológico del director. Después llegaría un film casi autobiográfico Junnior Bonner, el rey del rodeo, sobre la muerte lenta e inexorable de la vida del Viejo Oeste frente al avance de la modernidad. Sam era un hombre que vivió fuera de su tiempo, al igual que Bonner interpretado por Steve McQueen, fue un inadaptado a los tiempos modernos predestinado al fracaso.
Después de La huida que rodó en 1972 y donde se mantenía fiel a su poética violenta, realizó otra de sus obra maestra de vuelta al western en Pat Garret y Billy the Kid, donde su comportamiento errático se empezó a manifestar en el rodaje y comenzó a perder su particular batalla contra los estudios, los productores y contra sí mismo. Se entregó a una dinámica autodestructiva, dominado por el alcohol y la cocaína, parecía estar completamente exhausto de la vida, mostrando una gran fatiga vital:
» Hago películas, porque es la trampa que me ha preparado el destino. Era lo que más amaba y odiaba y me dio el cielo y el infierno. Estoy deseando que llegue el momento que esto se acabe»
A pesar de las dificultades que tuvo para terminar el rodaje de Pat Garret y Billy de Kid, que contó con la extraordinaria banda sonora compuesta por Bob Dylan y un envidiable elenco de todos aquellos actores que significaron algo en el western, todavía rodó dos grandes películas: Quiero la cabeza de Alfredo García en 1974, donde acertadamente le dio el papel protagonista a Warren Oates y que, tal vez, muestre al Peckinpah más puro, ya que consiguió mantener el control del montaje de la película.
También rodó un film que me parece excelente e infravalorado La Cruz de Hierro de 1977. Una película donde Peckinpah nos lleva a la Segunda Guerra Mundial, sin heroísmos, sin concesiones, con un profundo desencanto, un intenso rechazo hacia las jerarquías y la absoluta incompetencia de los altos cargos. Orson Welles, dijo de La cruz de Hierro que era la película antibelicista más lograda.
Su legado cinematográfico se cierra con tres títulos muy discretos, ya que tuvo que plegarse a las exigencias comerciales de los grandes estudios: Los aristócratas del crimen de 1975, Convoy de 1978 y Clave:Omega de 1983. Un año después Peckimpah, fallecía de un paro cardiaco a los 59 años. Tal y como se refleja en el documental El legado de un renegado de Hollywood de 2004 dirigido por Tom Thurman:
«Dejó atrás un amplio rastro de destrucción personal y profesional, un legado de humanidad, caos, incluso crueldad y un puñado de las mejores películas jamás rodadas»